miércoles, 6 de marzo de 2013

Escritora invitada: Ana Pérez Cañamares

                                                                                                                         Foto de Fede Romero Galán


Mañana jueves, 7 de marzo, la escritora Ana Pérez Cañamares nos acompañará en la primera hora del taller de creación literaria Imaginar dinosaurios. De 18:00 a 19:00 h. compartirá mesa en El Dinosaurio todavía estaba allí (Calle Lavapiés, 8, Madrid) con quienes allí nos reunimos cada jueves para rascarnos la imaginación y convertirla en cosas que contar.
Con Ana hablaremos sobre su libro de relatos "En días idénticos a nubes", a ver si somos capaces de sonsacarle alguna de las claves que los convierten en historias conmovedoras, provocadoras, tiernas, seductoras, sorprendentes y más.
Será un placer compartir ese rato con ella y seguro que se tratará de un encuentro muy provechoso para el taller.
Ya sabes, si te animas, allí te esperamos cada jueves por la tarde, la inscripción siempre está abierta.

martes, 26 de febrero de 2013

El primer beso


Estaba muy, muy contenta. Esos primeros besos y abrazos…Ya digo muy contenta. Pero con el tiempo me he dado cuenta que lo que verdaderamente se ha posado en mi memoria fue la mirada inquisitiva de mi madre. De arriba abajo, al abrirme la puerta. Hasta se acercó a olerme la camiseta, arrugada. Huele extraño, ¿no?, dijo y volvió a mirarme con esa mirada tan suya. Años después esa censura la sentí igual con mi marido.

Paloma Jiménez (Del taller Imaginar dinosaurios, propuesta: mi primera vez)

Soy la violencia


Son las siete cuando Galán entra. Aproximadamente a esa hora, a veces un poco antes y a veces un poco más tarde,  todos los días Galán viene al bar de Manuel  y Sole. Su llegada no siempre es advertida, hay ocasiones en que parece escurrirse desde la puerta hasta el rincón que forma la máquina de tabaco con la barra, allí pasa horas a veces quieto, a veces comiendo sin tregua las tapitas que Sole pone a su alcance. Hoy sí, hoy ha entrado de forma algo llamativa, a grandes pasos, moviendo los brazos, exhibiéndose. Lleva un impecable traje gris con la camisa también gris aunque  un tono más claro y finas rayas rosas, en una mano un portafolios de diseño y en la otra una gabardina italiana; nada que ver con el abrigo largo hasta los tobillos, de cuero negro como los pantalones,  que tanto le gusta ponerse y por lo que muchos en el bar le llaman “el Matrix”. Lo que si lleva hoy, como siempre, son gafas de sol ultramodernas que se alargan por los laterales y evitan que se le vea la mirada.
Nadie conoce ni su mirada ni su nombre de pila, incluso intuyen que el apellido Galán es un apodo. Hoy sorprende su atuendo y todos le preguntan qué pasa, él explica que le han contratado de comercial en una gran empresa. Aunque ninguno le creé le felicitan y corroboran su escepticismo cuando no quiere hablar de la marca para la que trabaja. Aunque Sole y Manuel  le han prohibido hacer negocios en su bar,  todos saben con qué comercia y qué problemas le ha causado.
Él no lo  oculta porque hay días que no puede dejar de discutir con el individuo que ve en la pared y cuando levanta la voz y Manuel le grita desde el otro lado de la barra ¡Galán, tranquilo! ¡Salte al parque, tío! Él sale, da unas patadas y vuelve a entrar, luego le explica a Sole que le ha preguntado ¿lo necesitabas verdad? Que sí, que cuando estaba en la clínica ya se lo decían las enfermeras, que se moviese, que soltase energía.
Hoy, como todas las noches cuando empieza a llenarse el bar con los habituales, las luces bajan de intensidad y la música sube de volumen. La rebeldía llega muy alta en las voces de Non servium, alguien con una cerveza en la mano, mientras sale a echarse un cigarro, pasa junto a él coreando que lo malo acaba cuando cumples tu condena pero los buenos momentos para siempre quedan, luego se oyen las risas de los de fuera que se pasan el cigarro.
Galán se ha ido arrinconando en su lugar junto a la máquina de tabaco y la barra, sentado en una banqueta tiene la espalda rígida y las piernas largas muy juntas y encogidas para poder apoyar los pies  en el círculo de metal que une las patas. Parece que la mirada la mantiene al frente. Pasan varios minutos sin moverse, sin que nadie ya le preste atención.
Recuerda el primer día, la sangre en el labio de su padre, su madre empujada, derrotada en el suelo del salón, la mesita del teléfono volcada junto a ella, los gritos, las amenazas. La frialdad de su hermana, el odio en los ojos de su hermana, el miedo en los ojos de todos. Su espanto al oír las voces de su cabeza. La expulsión.
Manuel le pone la mano en el hombro y le pregunta ¿quieres ir dentro? No responde, se baja dócilmente de la banqueta y espera que Manuel coja las llaves. Cuando se cierra la puerta del almacén agradece que ya no se oiga al cantante de  Ignotus gritar: soy el ganar y el perder, soy la violencia que genera muchas más violencia, le tranquiliza que no se oigan las risas, ni las voces. Pone el portafolios encima de una caja de botellines vacios, sobre él  deja caer las dos navajas que siempre lleva consigo, luego se acuesta en la cama turca sin desnudarse abrazado a la gabardina. Perdido en sus pensamientos olvida que esta mañana creyó que le revocarían la orden de alejamiento de sus padres.

M.J.G. 25.2.13 (Del taller Imaginar dinosaurios, propuesta sobre los recuerdos de otros)

sábado, 23 de febrero de 2013

A la sombra de la higuera


El policía que la acompaña no termina de tratarla como a un testigo protegido. A veces la agarra por el antebrazo dándole un pequeño empujón, otras la llama señora escurriendo  el ño entre los dientes, derramándoselo por encima. Los jefes son los que mandan, y ellos le han dicho que debe protegerla, pero para él no es más que una putilla sin importancia. Para que no se tropiecen con nadie, le han dicho que la lleve al patio trasero y allí, sentada en el banco bajo la higuera, la deja sola. Ella agradece ese poquito de soledad y se acomoda como puede, intentando que la piedra no le roce las heridas y moratones que le acaban de curar en el hospital.
Nota un golpe seco en la cabeza que le obliga a bajar la barbilla, luego lo ve caer desmayado a sus pies, como si el choque con ella le hubiera dejado sin fuerzas. Es morado, casi negro, pero al abrirse un poco con la caída, se le descubre el corazón encarnado. Coge el higo del suelo, lo aprieta con los dedos índice y pulgar para que se abra del todo y le da un bocado. Escuece un poco el labio con las heridas pero la envuelve el sabor dulce, la textura granulosa que  la transporta a aquel verano, al olor a excremento de gallina y de conejo, a las sombras y los reflejos en el más bajo de los tres patios, el calor del medio día en la terraza llena de flores, algunas muy vistosas eran de cactus; el suelo empedrado bajo la higuera, las odiadas siestas,  lo mucho que había que esperar para montar en el columpio hasta que acababan todos los primos que iban delante y la voz de la tía llamándoles a comer justo cuando a ella le tocaba, por fin, el turno de columpiarse. Nunca ha tenido mucha suerte, pero aquella tarde, la niña que era ella a los cinco años, antes de que le llegara la sopa al plato, ya tenía elaborado un plan. ¿Cuánto hace que perdió esa determinación, cuánto qué no traza planes? Después de comer y recoger entre todos, se cerraban las persianas y, en colchones repartidos por el suelo, nadie debía moverse, durmiera o no, durante toda una hora. Lo más difícil era salir de la habitación sin que la vieran, por eso se colocó en la zona más cercana a la puerta y se hizo la dormida durante un buen rato. Justo a su lado estaba su hermana que no se le despegaba, ese era el segundo problema, pero tuvo suerte y, enseguida, notó que se había dormido. Escogió bien el momento, porque nadie la siguió. La casa estaba en silencio y a oscuras y, cuando cerró la puerta con el corazón en la boca, tuvo que quedarse un momento apoyada y adaptando los ojos al fuerte contraste de luz. Se oía el cloqueo de las gallinas y le dio miedo acercarse al corral, también subir a la azotea. Fue corriendo directa hacia la higuera a sentarse en el columpio, agarrándose a las cuerdas y dando un saltito. ¡Qué placer! Se empezó a balancear, al principio no sabía, siempre la habían empujado. Pero pronto, recordando como lo hacían los mayores, estiraba las piernas en la subida y empujaba hacía atrás con fuerza, hasta que fue ganando altura y velocidad. Echaba la cabeza para atrás de forma que solo veía sobre ella las hojas de la higuera, la cesta de los higos del abuelo colgada en otra rama y algún rayo de sol. Los rápidos avances fueron dándole confianza, quería ir más allá y lo hizo. Consiguió ponerse en pie sobre la delgada tableta del columpio e, incluso así balancearlo. Lo único malo era que no iba a poder lucir sus habilidades dado lo clandestino de la aventura.
Lo primero que vio al abrir los ojos fue un higo frente a la cara y notó las piedras picándole en todo el cuerpo. Se levantó y entró en la casa, aún con la esperanza de que nadie notara nada. Pero un reguero de sangre fue delatándole sin necesidad de que abriera la boca. No lloró ni siquiera mientras le ponían las grapas en la coronilla, donde conserva una luna en cuarto creciente. Ella estaba muy callada, solo se escuchaban los gritos de las tías, en parte por el susto y en parte por la ira, y su hermana que lloraba desconsolada. El resto del verano tuvo que acarrear un turbante blanco, pero aprendió  a sortear las burlas de sus primos que le apodaron la india; aún hoy todos la llaman así. También sigue ahí la pequeña luna. Pero había olvidado el vozarrón del abuelo  repitiendo a todo el mundo, que tenía una nieta tan valiente que había aguantado el escalabro y las suturas, sin echar una sola lágrima. Sin duda el abuelo se equivocaba, pues era el miedo lo que había dejado sus ojos secos, lo que le había sellado la boca. Sin embargo, miró sus heridas, sus últimos descalabros y pensó que, quizás, era posible volver a pasar por valiente. En eso andaba cuando, al ver acercarse al comisario sonriéndole, le pareció el tipo de persona que prepara columpios a sus nietos en la rama de una higuera y no le sorprendió la determinación con la que fue capaz de aceptar la propuesta policial que le cambiaría de nuevo la vida.


Cristina Ramírez 
(del taller Imaginar Dinosaurios, un relato sobre los recuerdos de personajes imaginados)

viernes, 22 de febrero de 2013

La magdalena de Proust, la evocación en el paladar

Al hilo del conocido pasaje de la magdalena de Proust, salieron en el taller algunas evocaciones estupendas de momentos felices de la infancia. A ver si alguien se anima a colgarlas.
Por ahora, aquí os dejo el recuerdo de Marcel, con toda la carga de memoria que inesperadamente nos despierta una sensación:

“En el mismo instante en que ese sorbo de té mezclado con sabor a pastel tocó mi paladar… el recuerdo se hizo presente… Era el mismo sabor de aquella magdalena que mi tía me daba los sábados por la mañana. Tan pronto como reconocí los sabores de aquella magdalena… apareció la casa gris y su fachada, y con la casa la ciudad, la plaza a la que se me enviaba antes del mediodía, las calles…”

lunes, 11 de febrero de 2013

De la creatividad, de la palabra.

                                            Foto de Jorge Gallego


La creatividad es la disposición a crear, la capacidad voluntaria de transformar la realidad.

Un taller puede producir "ejecuciones creativas", pero la creatividad es un descubrimiento personal que comienza a fluir cuando nos olvidamos del pudor y de la autocensura.

La palabra es un ingrediente susceptible de multitud de elaboraciones. Hay que aprender a darle nuestro toque personal.

Contradecimos a Rodari: una sola palabra puede constituir el germen de una historia.

La palabra es magia y extrañeza, su esplendor se revela también desde la evocación.

martes, 5 de febrero de 2013

No solo relato




Utilizaremos el relato como fórmula práctica, pero la idea es explorar nuestra particular forma de contar historias, haremos uso para ello tanto de cuentos como de textos poéticos, epistolares, diálogos, crónicas de viajes, hasta recetas de cocina… Leeremos y comentaremos lo que se cree en el taller y textos de autores publicados.
Jugaremos y mezclaremos historias personales con sugerencias traídas por el arte, la filosofía, la ciencia, la Historia, la política..., vamos a dejar que la imaginación se ponga al frente y luego iremos reconduciendo, encauzando, para lograr una mayor efectividad, aunque yo no soy partidaria de las trampas, las trampas, los trucos chirrían y, al contrario de lo que se pretende, decepcionan al lector.
Haremos uso de ejercicios sencillos que nos ayuden a evitar expresiones trilladas, descripciones escolares, lugares comunes, emociones fingidas; hay que encontrar el valor para decir las cosas, adquirir seguridad en la escritura para mostrar convicción en los textos.